La mirada en tus ojos

Una mirada que no me diste fue el inicio en mí de tus encantos. Una mirada de ojos entre cerrados me llamaron la atención de su profundidad, aunque miraste primero el mundo que yo, en aquella loma el mundo se abrió y Urdaneta parecía ser un prócer que no vi nunca crecer pero que su nombre albergo a la princesa que me robo con una mirada en su inocencia de casi mujer.

A veces pensé que un ángel bajaba y su mirada se posaba sobre mí a veces pensé que su cariño me llamaba, pero cierto que es que nunca una mirada para mí fue, y lo increíble de la inocencia es poder creer que esa mirada cuanto cariño me merecer, y siendo un joven que mejor pago podría ser que por estar y ser, me dio fortaleza y coraje para no desfallecer.

Unos ojos que apenas abría, parecía como que el sol la cegaba y solo dejaba entre ver una mirada que sus encantos cerrados para mi desee pudieran ser. Como te hablo si la piel se me eriza, como te hablo si la lengua se me tuerce, como te hablo si hermana debiste ser pero la alegría de tu aparecer aun en mis manos se hace ver.

Uno puede no saber, uno puede dejar de ver, pero esos ojos medios cerrados irrumpen todo mi ser, y que un ángel pudo capturar en el lente de cámara que dios quiso crear, porque de la misma carne de esos ojos la hizo crecer, que por eso captura lo mejor de quien ya es y ha sido siempre una inocencia de casi mujer.

No porque no haya sentido en su vientre el amor crecer sino porque bendita tu has de ser, y con la palabra de esos ojos al hablar no me queda más de comenzar a gritar con la boca cerrada para no despertar, que entre ojos y sonrisa una tonada de olores me gustaría comparar y comentar luego que del vaivén esos ojos a medio parecer me enseñen la embriaguez de tus ropas de piel en aroma de mujer.


Si abro los ojos no te puedo ver, si cierro los ojos mucho menos por que la tonada de todo tu ser solo se mide por lo grande de tu presencia y de esos ojos que de medio abrir dan la esperanza de conocer al ángel que por lo visto ha de haberse caído en este vergel que suerte la mía la que yo abrigo.

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